miércoles, 27 de noviembre de 2013

Ingenieros Navales vs. Marinos

Ingenieros Navales versus Marinos


Estoy convencido que todo marino ha tropezado alguna vez en su profesión con detalles y cuestiones que le han podido enfrentar al gremio ilustre de los Ingenieros, especialmente de los Navales, bien sea en la construcción de su barco, reparaciones, entradas en Dique, etcétera. Y seguro que habrá soltado alguna maldición por fallos o ligerezas en el manejo del resultado de sus proyectos, planes, ubicaciones (especialmente en la Máquina), habilitación, y demás partes de un barco. Tengo que aclarar que no me mueve ningún “complejo” porque da la casualidad que mis dos hermanos han sido Ingenieros Navales, y un primo hermano también, e incluso mi propio padre fue Ingeniero, aunque no Naval. Sé también que su preparación teórica es muy alta y muy bien considerada en todo el mundo, eso nadie lo discute. Pero asentado esto, no puedo ocultar que en muchos casos me he sentido igualmente víctima de cierta pretendida superioridad y muy especialmente al pasar de los planos y cálculos de la Oficina Técnica correspondiente a la realidad del comportamiento del barco en la mar. Por eso creo que será oportuno traer aquí algunas “perlas” de lo que muchos hemos vivido.



Una anécdota que refleja como pocas estos detalles es la siguiente: un Capitán amigo mío fue designado para el mando de un barco hecho en Astilleros de Sevilla. Haciendo viajes por Europa observó que nunca le salían los cálculos de la carga de acuerdo con los calados que deberían corresponder. Extrañado ya de tanta diferencia, se le ocurrió comprobar las medidas de estos calados (en pies y pulgadas) y aprovechó la primera entrada en Dique para bajar y medirlos. Se encontró que los tales calados –grabados con soldadura como es costumbre- no tenían ni por asomo las medidas que debían tener. Intentó señalizarlos correctamente, por supuesto, pero además se permitió la humorada de escribir a la Oficina Técnica del Astillero solicitando le enviasen con urgencia la correspondencia de “pies sevillanos” a “pies ingleses”…  Sin comentario.



Donde más notábamos ese desconocimiento de la realidad “navegante” era en la habilitación: por sistema, nuestras mesas eran lisas, sin un junquillo que evitara se fuera al suelo todo lo que estuviera encima, las duchas y excusados sin agarraderas, los platos de ducha sin enjaretados de madera que evitaran que al menor balance te resbalaras sobre el jabón, etcétera. Yo les recordaba a los Navales –con no poca guasa- que los barcos solían moverse en la mar, dar balances y cabezadas, cuando no bandazos y pantocazos, así como que rara era la vez que un barco aguantaba perfectamente adrizado mucho tiempo. A más de un compañero le he escuchado quejarse de que si alguien le repetía que tal barco era “muy marinero”, le iba a mentar a su madre porque no podía referirse a otra cosa sino a que “danzaba” más de la cuenta. Habría que anotar especialmente el caso del “Cabo San Roque” que, quizás por su finura de líneas, tenía casi siempre unos movimientos que nos llevaron a ponerle el mote de “la Lola Flores del Atlántico” y que esos bandazos no eran normales lo demuestra que, más de una vez, tripulantes con muchos años de mar se cayeron de banda a banda, con rotura de rodillas o algún otro tipo de accidente.



En las antenas de los radares era donde más se notaban las vibraciones, lo que producía que se aflojaran las lámparas que se utilizaban entonces. En cuanto a la Máquina siempre oí a los Maquinistas quejarse del poco sentido con que se distribuían los elementos en su espacio, especialmente cuando había que desmontar un auxiliar o una bomba y no había descuello para maniobrar, aparte de que esa falta de espacio se traducía muchas veces en que la temperatura de los gases de escape aumentara demasiado. No olvido que en cierta ocasión, cuando Pereda compró lo que había sido el frigorífico alemán “Asseburg” (después bautizado “El Puntal”) y fui destinado a su reconstrucción en los Astilleros de Astano, en Ferrol, el Jefe de Máquinas me llevó a la Sala de Máquinas y me enseñó lo siguiente: “Fíjate en cómo han distribuído aquí los alemanes todo: ¿dónde pondría yo el piano de válvulas para tal cosa? ¿aquí? Pues aquí está. ¿Dónde pondría yo los mandos para tal otra cosa? Pues aquí, y ahí están. Es decir, todo está al alcance y en el sitio lógico, donde el Maquinista de Guardia pueda necesitarlo. Esto jamás lo he visto en barcos españoles y ¿sabes por qué? Porque a los Ingenieros Navales españoles no les vendría mal hacer aunque solo fuera un viajecito para palpar la realidad de las cosas de un barco…”. Y lo suscribo plenamente.

Por cierto, este barco se quemó a la altura de La Coruña y posteriormente fue comprado como chatarra por nuestro Armador, Pereda de Santander, quien con los oportunos permisos procedió a reconstruirlo en los Astilleros de Astano, en El Ferrol, trabajos que llevaron sus buenos dos años. Una vez terminado, salimos con él a la mar. Navegando por el Atlántico pudimos comprobar una cosa curiosa: no daba nunca un pantocazo, ni con muy mala mar de proa. Como he dicho antes, se trataba de una construcción alemana y el branque de proa estaba dividido como en tres secciones, es decir, ángulo de ataque distinto en tres partes, sin ofrecer una línea continua. Fuera debido a esto o a alguna otra cosa –quizás la forma de los finos en las amuras- que se nos escapaba, el hecho es que tomaba las mares como cortándolas con un cuchillo y sin producirse el habitual pantocazo que todos hemos vivido en los barcos. Por cierto, y aunque como contaré más adelante, el tiempo que pasé embarcado en él fue poco grato, sí tengo que admitir que tenía una estampa bonita y estilizada como pocas veces he visto en la mar, el polo opuesto a esos portacontenedores de hoy que parecen cajas de zapatos.

Respecto a esta cuestión de las “ingenierías”, tampoco puedo dejar de anotar que un amigo mío, de una familia muy conocida de Navieros y Consignatarios de Santander, que había hecho la carrera de Ingeniero Naval en Inglaterra, me contaba que al terminar los estudios se embarcaban obligatoriamente como Oficiales de Máquinas en un barco durante al menos dos años. Y lo encuentro acertadísimo.

Quisiera recordar aquí un suceso curioso que ocurrió en la reconstrucción de “El Puntal”, en los Astilleros de Astano de Ferrol. Nos anunciaron que iban a poner en los camarotes un aislamiento especial, algo así como la última generación de la técnica. Se presentaron los montadores de la empresa con su director técnico, que dio la casualidad que era un Ingeniero Naval compañero de promoción de uno de mis hermanos. El me explicó los detalles de lo que iban a montar y quedé a la espera de las pruebas. Estas no dieron los resultados esperados y se nos aseguró que en la primera ocasión se subsanarían los fallos. Si te vi, no me acuerdo: lo que sí puedo decir es que en mi camarote, situado en la cubierta principal, banda de estribor, vecino a la Cámara de Oficiales, pude “disfrutar” todo el tiempo que permanecí a bordo de algo que hasta entonces no había conocido: el más mínimo ruido que se producía en dicha Cámara, incluso el sonido de las cucharas sobre los platos, en las horas de las comidas, resonaba en mi cabeza como un disparo… Una técnica espectacular donde las haya.

En la actualidad y como espectador de telediarios, he podido observar detalles que me confirman estas ideas de que sería necesario acercar más a los proyectistas navales a la realidad de los barcos en la mar. No hace mucho pudimos ver cómo cierto crucero turístico en viaje por el Mediterráneo sufría una avería muy grave; un golpe de mar destrozó los cristales del Puente de Mando y anegó las consolas de las que depende todo, pero TODO. Energía, máquina, seguridad, gobierno, etcétera, estaban situadas allí, colocadas precisamente al pie de esos cristales. La parte de Proa del Puente es la zona más expuesta a ese tipo de golpes, con lo que el barco quedó de una tacada sin gobierno, sin máquina, sin energía y a merced de un temporal deshecho. Los balances fueron impresionantes y arrastraban todo de banda a banda, mesas, sillones, objetos, pasajeros, vajilla... y esta situación duró no sé cuánto tiempo, ocasionando pasajeros heridos y destrozos en el mobiliario. Siempre he sido crítico con esta manía de situar los elementos de control en zonas como estas que en cualquier temporal pueden ser las primeras en sufrir los embates de un golpe de mar. Todavía habrá quien defienda que, por conveniencia de control, debe ser así… pero sigo pensando que es un error.

Y como demostración de que esto no es nuevo, recuerdo que en mis últimos años de mar salieron de nueva trinca dos de las más modernos trasatlánticos italianos para la línea Génova-Nueva York y uno de ellos, creo que el “Rafaello”, en su primer viaje en el Atlántico Norte, recibió un golpe de mar justo debajo del Puente que le ocasionó una brecha de unos quince metros de largo por dos o tres de ancho. Y eso que se había alabado en la prensa especializada el tipo de material empleado, que era de más resistencia que el simple acero.

Aunque parezca un chiste, no lo es: cuando uno de los petroleros en que navegué estaba haciendo sus primeras pruebas, con el Capitán en el Puente así como el Ingeniero Naval encargado de ese barco, al meter el timón “Todo a Babor”… ¡zas! se fue a la banda contraria; esto era, creo, un típico caso de cambio de polaridad. El Capitán se quedó mirando al Ingeniero y antes de que comentara nada, éste se adelantó y le dijo “…bueno, pero sabiéndolo, no importa mucho…”. Había que ver la cara del Capitán al escucharlo…

Un detalle que me asentó más en la idea de lo que vengo diciendo y que me compensó (¿?) algo de aquel ambiente familiar, en que había crecido rodeado siempre de la veneración por la exactitud matemática y técnica: en uno de los petroleros construídos en Astilleros de Cádiz en el que navegué, las “Tablas de Calibración de Tanques” tenían en su primera hoja un aviso hecho con sello del Astillero que decía, textualmente: “Las medidas de estas Tablas están dadas de buena fe pero no se garantizan” y firmaba el Jefe del Departamento Técnico. Lógicamente, se lo enseñé a mis familiares “ingenieriles” comentando si ellos aceptarían algo parecido de un arquitecto que les construyera una casa y les entregara los planos de la misma con una salvedad de este tipo en su firma.

2 comentarios:

  1. Como marino e inspector de buques jubilado me lo he pasado pipa con esta entrada ( y con el resto de entradas!)

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    1. Muchas gracias por tus palabras y me alegro de que te lo pasaras pipa. Espero que en los sucesivos capítulos sigas sintiendo algo parecido. Un abrazo , colega.

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