lunes, 2 de diciembre de 2013

Comunicaciones a bordo y Paraísos comunistas

Comunicaciones a bordo


Otro detalle que hoy parecería extraño en nuestro siglo XXI era lo radicalmente distinto de las comunicaciones en los tiempos que estoy describiendo; había, sí, una telegrafía prácticamente en todos los barcos, utilizando el código Morse, con un Oficial Telegrafista a cargo. Por supuesto, no existían móviles ni Internet ni nada parecido, ni la radio VHF que se incorporó más tarde, a finales de los sesenta, pero que usaba métodos que hacían incómoda su utilización. Aquellas conversaciones con la familia eran casi cómicas. Cuando por fin se conseguía hablar a base de frases, generalmente cortas, y que a cada momento había que decir “cambio” para que el interlocutor contestara o dijera algo, se producían diálogos de este tenor: “Hola ¿cómo estás? Cambio”, “Yo bien ¿y los niños? Cambio”, “Todos bien ¿cuándo llegaréis a tal sitio? Cambio”… con el consiguiente despiste por parte de las familias si se olvidaban del imprescindible “cambio”. 

Al finalizar la conversación se decía "Corto" y otros añadían "Cierro", pero siempre me impresionó un compañero que terminaba la comunicación con esta tacada, toda seguida: "¡Cambio, corto, cierro, arriba y fuera!"



Hay que admitir que al menos en este aspecto se han humanizado mucho las cosas y, aparte de que los periodos en la mar son mucho más cortos, permiten hablar por móviles, Internet y demás tecnologías al uso. Y no hablemos ya de toda la información que aportan los radares de hoy, que permiten ponerse en comunicación con otro barco cercano, y acordar la maniobra a ejecutar por ambas partes.

En el paraíso comunista


Navegando tuve ocasión de visitar al menos dos países del llamado “socialismo real” y fueron Rumanía y Yugoslavia. La primera aún gobernada por Ceaucescu y la segunda por Tito (que integraba a los estados hoy independientes de Serbia, Croacia, Montenegro, Macedonia, Eslovenia y Bosnia). Tanto en esas naciones como por lo que pude conocer en Astilleros de Santander durante los habitualmente largos períodos de reparación de buques chinos, rusos y cubanos, creo que puedo hacer una valoración personal al conocer detalles e interioridades del “sistema”.



El primero de estos países visitados fue Rumanía, el puerto de Constanza en el Mar Negro, en la Navidad de 1968 y esta primera visión no pudo ser más negativa: abandono, suciedad en las calles, carencia de casi todo, propaganda ideológica hasta en la sopa y, por supuesto, un ambiente oficialista en el que los funcionarios del Partido –y no digamos los altos jerarcas- vivían en un nivel distinto del resto de la población. Allí pude conocer y frecuentar las tiendas “especiales” para extranjeros ( … y miembros significados del Partido) que sólo aceptaban divisas.



La razón de este viaje fue tomar una carga de carne congelada. Para ello, un mes de Diciembre tuve que hacer escala en Constanza, en la costa rumana del Mar Negro, y la estancia allí se prolongó casi un mes, comprendiendo las Navidades. Aparte de todos los detalles bien conocidos por quienes hayan navegado a países comunistas, me encontré con que el Gobierno rumano designaba una persona como mediador entre el Capitán y las autoridades, los responsables de la carga, la agencia consignataria (por supuesto, también organismo del Gobierno) y todo lo demás. No era una mala idea ni mucho menos y quien me tocó en suerte, Vian de nombre, era una persona agradable, que hablaba italiano y algo de inglés, y que, por sus expresiones y suaves críticas al sistema, no parecía comunista y que nos ayudó en muchas cosas durante nuestra escala en aquel puerto.



Por ser un viaje inaugural, llevaba instrucciones de nuestra Naviera de agasajar debidamente a las Autoridades y así lo hice, ofreciendo una cena al Ministro de Comercio Exterior de Rumanía y su séquito, que llegaron al costado del barco en sendos Mercedes. Era plena época de Ceaucescu y su temida “Securitate”, pero tengo que admitir que todo transcurrió en el mejor de los ambientes e incluso en los brindis, el “tovarisul” (camarada) Ministro levantó su copa por todo lo que se terció, incluso por nuestro Jefe del Estado. En esa cena pude observar algo que me impactó: el peloteo, de auténtico sonrojo, con que los acompañantes del Ministro trataban a éste. Era bien visible el pánico que se reflejaba en sus caras si él se dirigía a alguno de ellos censurando algo… para minutos después soltar unas carcajadas y decir que todo había sido una broma. Creo que esta actitud tan servil no la había visto antes ni siquiera en nuestra España de Franco, que ahora muchos se empeñan en hacerla análoga a las dictaduras comunistas. Ya sé bien que hoy quizás no sea "políticamente correcto" mencionar detalles así, pero esto es lo que viví y palpé entonces.



Tengo que señalar que en ese viaje venía con nosotros la esposa del Primer Oficial, persona ya de edad como su marido. Pues bien: en aquellos días en Constanza, el mencionado Vian me comentó que, siendo las fechas que eran, echaría mucho de menos a la familia. Lógicamente le contesté que así era, pero ya se sabe que esto forma parte de la vida de un marino, etcétera, etcétera. Continuó él hablando de que si hubiera compañía femenina, sería más llevadero, que a nadie le amarga un dulce… Bromeamos sobre el tema, sin más trascendencia. Pero pocas horas después, Vian llegó a bordo y me dijo muy contento: “Capitán, ya he hablado con Bucarest y envían una mujer para que esté con usted a bordo. Me aseguran que es muy guapa, habla idiomas y no hay ninguna pega… ”. Me alarmé y le dije que parara eso inmediatamente, que no podía ser, que me habría interpretado mal, etcétera. Pero él no lo entendía y sólo cuando le dije que, aparte de otras razones como la de estar casado, la presencia de la esposa del Primer Oficial a bordo no permitía ciertas cosas, se resignó a detener la “operación”. El me argumentaba que si una persona quería compañía femenina nadie tenía que ofenderse, ni era óbice el matrimonio ni la presencia de la esposa de otro tripulante. Cosas veredes…

Posteriormente, como Capitán del B/F “Río Besaya”, visité Bar, en Yugoslavia, muy cerca de la frontera albanesa, un pequeño puerto, un pueblo verdaderamente precioso, de aguas límpidas y muy tranquilo. Allí teníamos que cargar canales de cerdo congelado con destino a Tarragona. Lógicamente, en el Contrato de Fletamento se especificaba la temperatura que debía tener esta carga que creo recordar era 18 grados bajo cero. Pues bien: al empezar la carga y comprobar la temperatura nos dimos cuenta que excedía a lo exigido en los conocimientos de embarque (no tendría ni 12 grados bajo cero), por lo que suspendí la carga y comuniqué que hasta que no tuviera la temperatura debida, no admitiría el embarque. Y allí empezó el lío: durante varios días se multiplicaron los esfuerzos de la Autoridad yugoslava para que facilitase la carga. Desde avisarme que “… su Armador había llamado para que cargase"  hasta “… dice Belgrado que tiene que cargar…” y así mil ocurrencias. Naturalmente, yo contestaba que admitiría la carga…siempre que hicieran constar en los Conocimientos de Embarque la temperatura real. Esto, lógicamente, no lo querían de ninguna manera; sabían que admitirlo equivalía a lo que se conocía como “ensuciar los Conocimientos”, y que hacía problemática, cuando menos, su negociación comercial. Este tira y afloja duró varios días y se desgañitaban porfiando en mil intentos. Como la situación no tenía visos de cambiar, y dado que la costa dálmata es una maravilla, llegó un día en que comuniqué al Consignatario que para el día siguiente necesitaba un coche para recorrer aquellos sitios de tanto renombre como Dubrovnik y Bocas de Kotor lo que hice acompañado del Segundo Oficial. Cuando los cargadores vieron que me lo tomaba con tranquilidad, aceptaron los hechos, y, como en los días transcurridos, la carga había adquirido “casi” la temperatura exigida, cargamos y al final quedamos tan amigos. En sus intentos no entendían que uno no temblara ante la mención del “…dice Belgrado…” que para ellos significaba el dictamen inapelable de la Superioridad.

Estos viajes a países comunistas tenían una “coda” curiosa: al regresar a España había obligación para el Capitán de presentarse al Comandante de Marina del primer puerto, quien debía rellenar un cuestionario para el Ministerio de Asuntos Exteriores en el que se hacían constar todos los aspectos y detalles habidos durante la escala en esos países, límites que hubieran puesto a movimientos o desplazamientos, prohibiciones, etcétera. con el fin de responder en reciprocidad con idénticas medidas a los buques de aquellas banderas, lo que parece lógico. Dicho Cuestionario contenía cosas tales como si se habían producido contactos con Autoridades, temas de conversaciones con este motivo, actitudes en general hacia nosotros, etcétera. Como en mi caso y por orden de la Empresa siempre ofrecí cenas a estas Autoridades, el caudal de estos contactos puede imaginarse que daba para mucho; al rellenar dichos cuestionarios les asombraba que en la práctica totalidad de dichas cenas, mis invitados brindaban por nuestro Jefe del Estado y por España y del tema de las conversaciones… tenía que admitir que versaban más que nada sobre lo estupenda que estaba tal o cual artista y cosas semejantes.

Y muy en la línea de lo habitual en estos países es lo que le ocurrió a otro Capitán de mi Empresa, íntimo amigo y hombre de carácter. Fue con su barco a un puerto del Sur de Rusia –época soviética- y cuando estaban ya atracados al muelle, subieron a bordo las Autoridades, como es de rigor. Después de resolver todo el papeleo, pidieron al Capitán que reuniese a la tripulación en cubierta para que todos estuvieran informados sobre la manera de comportarse en tierra, prohibiciones a tener en cuenta, etcétera. Una intérprete de Intourist –la Agencia Oficial de Turismo Soviética- iba traduciendo todo lo que decía su Jefe y, al final, añadió: “Todos los tripulantes deberán regresar a bordo antes de medianoche excepto el Capitán, que podrá hacerlo a cualquier hora”. Y este amigo, sin cortarse un pelo y con toda tranquilidad, dijo en voz alta y bien claro: “Sí señor, así me gusta, con igualdad siempre…”. Contaba riendo que a la intérprete se le quedó cara de susto, ante la pregunta de su Jefe sobre lo que había comentado el Capitán, sin saber si traducir al pie de la letra lo que acababa de escuchar. Y es que todos somos iguales... pero algunos somos más iguales que otros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario